El suelo la base de cultivo

Vamos a entender el suelo como el medio físico que utilizan las plantas como soporte y donde las raíces se desarrollan para obtener agua y nutrientes.

Dentro de esta definición distinguiremos entre cultivos en suelo tradicional y cultivos sin suelo o hidropónicos.

El suelo tradicional lo concebimos como una superficie de tierra que tienen unas características determinadas. El cultivo hidropónico engloba todos los cultivos que se hacen fuera de suelo tradicional como las macetas, los sacos y las mesas de cultivo en donde el suelo lo constituyen el recipiente y el substrato que contiene. El suelo entendido como tierra o substrato tiene tres fracciones básicas. Es decir, está compuesto por materia sólida, agua y aire, y el equilibrio entre estas materias permitirá que nuestros cultivos se comporten de manera saludable.

El suelo y sus características generales

Para definir como bueno un suelo para albergar el desarrollo de las plantas, debemos considerar una serie de características y clasificarlas según los requisitos de los diferentes cultivos. Las características principales son la textura, la estructura, el pH y la salinidad del suelo

Textura

La textura es la característica que diferencia unos suelos de otros según el contenido en partículas de mayor o menor tamaño.
Distinguimos: arcillas (partículas de menos de 0,002 mm), limos (entre 0,002 y 0,02 mm), arenas (entre 0,02 y 2 mm) y elementos gruesos como gravas o piedras de diámetros superiores a los 2 mm. Un porcentaje equilibrado de arcilla, limo y arena constituye un suelo ideal al que denominamos franco.
Un horticultor principiante no puede hacer un análisis tan detallado de su suelo. Así que, le tiene que bastar con saber que la mayor parte de los suelos son aptos para el cultivo y que, a veces, los suelos con exceso de elementos gruesos pueden dificultar el desarrollo de aquellos cultivos cuya parte comestible se desarrolla bajo tierra como las zanahorias o los rábanos por ejemplo, en cuyo caso es posible que podamos retirarlos con rastrillos o cribas.

Por otro lado, los suelos demasiado arcillosos suelen dar problemas de compactación y encharcamiento. En ese caso, podemos aportar al suelo arena de río lavada o materia orgánica que tarde mucho en descomponerse, como la turba, para mejorar el suelo. Si la tarea es muy dificultosa o el suelo es, a todas luces, muy poco apto para el cultivo, siempre podemos aportar una capa suficiente de tierra de procedencia externa, a ser posible, de unos 30 cm.

Estructura

La estructura es la forma en que se agregan las partículas que componen el suelo entre sí y de la distribución de la materia sólida, el agua y el aire que lo componen. Un suelo de buena estructura es aquel que mantiene una estabilidad en esta distribución y permite mantener a lo largo del ciclo de cultivo sus características físicas.
Para mantener en buen estado la estructura del suelo y mejorarla, además de mantener un buen nivel de materia orgánica con aportes de abonos orgánicos, es importante, por ejemplo, no realizar prácticas de laboreo en condiciones de exceso de agua, ya que podemos provocar una compactación que la dañe.

PH del suelo

La acidez o alcalinidad del suelo de nuestro huerto viene indicada por su pH. El suelo es ácido por debajo de pH 7 y básico o alcalino si es superior. Podemos saber el pH de nuestro suelo a partir de la medición del líquido resultante de la mezcla de agua destilada y tierra o substrato de nuestro huerto. Una manera fácil de medirla es con el denominado papel tornasol cuya escala de colores nos indica el pH de la solución en la que introducimos esta tira de papel.
En general, las hortalizas se desarrollan mejor en suelos ligeramente ácidos, ya que facilitan la disponibilidad de nutrientes para las plantas. En cualquier caso, se defienden también muy bien en suelos ligeramente básicos. El pH del suelo es una característica difícil de modificar, aunque podemos encontrar en el mercado productos para acidificar pensados para ciertas plantas ornamentales acidófilas y, en caso contrario, enmiendas calizas.
Uno de los efectos adversos de un suelo alcalino es el bloqueo del hierro en el suelo y la consecuente aparición de deficiencias de este mineral en las plantas. Se manifiesta con un amarilleamiento de las hojas más jóvenes en las zonas internervales. Esta afección se suele solucionar con aportes de hierro en forma de quelato. El quelatado es un proceso natural en el que la molécula mineral de hierro queda protegida y accesible a las raíces de las plantas.

Salinidad de los suelos

Esta característica es un factor limitante cuando los niveles altos de salinidad en el suelo hacen inviable el desarrollo de las plantas. El nivel de salinidad del suelo se cuantifica conociendo la conductividad eléctrica (CE) de extracto saturado del suelo. El valor de la salinidad es óptimo por debajo de 2 mmhos/cm y empieza a dar problemas por encima de valores de 4 mmhos/cm.
Estos parámetros son difíciles de valorar sin la maquinaria adecuada, pero podemos observar un efecto clásico de salinización del suelo en la falta de turgencia de las hojas, a pesar de que el suelo esté húmedo, como si le faltase agua. Este efecto se produce muchas veces cuando nos excedemos en los aportes de fertilizantes, que no debemos olvidar que no dejan de ser sales.
La solución a un suelo salino son aportes abundantes de agua que arrastren las sales a niveles inferiores del subsuelo donde las raíces de las plantas no se vean afectadas.